domingo, 31 de diciembre de 2017

El agotamiento de los trabajadores de emergencias

No hay trabajo fácil. El de los trabajadores de Emergencias es uno de los más complejos al afrontar desafíos excepcionales por su intervención en incidentes críticos. El trabajo de respuesta de emergencia es estresante e impredecible. Los trabajadores de emergencia deben tener los recursos emocionales para efectuar múltiples tareas sin perder el control frente a las amenazas físicas. 



La complejidad de su trabajo les exige “ejercitar habilidades considerables, tomar decisiones delicadas con consecuencias fatales y resolver una amplia gama de problemas interpersonales, sin criterios rígidos sobre la corrección o incorrección de las soluciones. Así, deben vivir con dudas e incertidumbre sobre su trabajo, lo que puede hacerles cuestionar su propia idoneidad o competencia y socavar su autoestima” (Toch, 2002, pp. 55-56). Necesitan mostrar liderazgo, control y asertividad; pensar claramente bajo presión (Anderson, Swenson y Clay, 1995). En resumen, los trabajadores de Emergencias responden y se zambullen a diario en el caos y la confusión de la vida de otras personas y al hacerlo corren el riesgo de convertirse ellos mismos en víctimas.
La lista de incidentes críticos de un trabajador de emergencias contempla:
-Estar en primera línea, con peligro mortal para la propia vida
-Lesión grave en el cumplimiento del deber
-Suicidio (o pérdida) de un compañero de trabajo
-Lesión o muerte de un niño
-Contacto personal prolongado con una víctima que muere
-Accidente múltiple con muchas víctimas
-La víctima es conocida por el trabajador de emergencias
-Cualquier incidente en el que la seguridad personal esté en peligro, incluido el trabajo menos conocido asociado al puesto
-Exposición a enfermedades infecciosas
-Atención inusual de los medios y escrutinio permanente por parte de la opinión pública
-Falta de lealtad administrativa y / o de compañero de trabajo.

Transmitir confianza pase lo que pase
Los equipos de emergencia están desplegados sobre el terreno o en cualquier escenario de crisis para ayudar, y la mejor manera es transmitiendo confianza mientras hacen su trabajo.
A la primera fila de respuesta en emergencias (respondedores, en adelante) se les enseña a rechazar, negar y / o suprimir las “reacciones normales” a eventos. La creencia cultural es que las reacciones no son apropiadas para alguien en las profesiones de emergencia. El respondedor de emergencia en dificultades puede proyectar una imagen de competencia mientras se siente invadido por una sensación de inseguridad, miedo, vergüenza, etc. La falta de reconocimiento de sentimientos como la tristeza y la ira puede conducir a dos situaciones contrapuestas, un desempeño laboral deficiente, o bien que se efectúe el trabajo tal y como se esperaba.
En cualquier caso, la exposición no es inocua y, dependiendo de factores individuales, suele pasar factura y dejar mella en el respondedor. 
Los respondedores se zambullen a diario en el caos y la confusión de la vida de otras personas y al hacerlo corren el riesgo de convertirse ellos mismos en víctimas
 Marcados por los eventos vividos
Referiremos aquí el caso de un periodista que, pese a no ser un trabajador de emergencias, se encontraba también en la primera línea por motivos obvios; y la dantesca vivencia de un bombero en el espeluznante accidente de Los Rodeos.
Cuando el huracán Katrina cargó contra la costa de Luisiana y los residentes de Nueva Orleans colapsaron las autopistas para huir, John McCusker lo vivió todo en directo. Fotógrafo del Times-Picayune durante más de dos décadas, McCusker vagó por las fangosas aguas en un kayak durante días documentando la destrucción. Como muchos de los habitantes, había perdido su casa y todos sus bienes. El 8 de agosto de 2006, casi un año después de documentar el trauma colectivo del Katrina, McCusker fue visto conduciendo erráticamente por la ciudad. Cuando la policía lo detuvo, pidió a los agentes que acabaran con su vida. Pero huyó atropelladamente y condujo chocando contra vehículos y señales. Hubo que reducirle con una pistola paralizante. McCusker despertó atado a una cama en un pabellón psiquiátrico.
Las impresiones de un bombero, llamado José Musse, al llegar al escenario de Los Rodeos se han vuelto indelebles e, inevitablemente, patológicas. Dos jumbos (KLM y PANAM), con un pasaje global de más de 600 personas, colisionaron en la pista de aterrizaje del aeropuerto tinerfeño, en 1977. José Musse ha explicado que en aquella confusión indescriptible –se superponían el caos exterior y el interno, mientras su mente empezaba a asimilar el alcance del suceso- no sabía qué hacer o por dónde empezar. Lo primero que tocó fue el cuerpo de una niña de unos cuatro años, la edad de su hija. En estado de shock, el bombero tuvo fuerzas para recogerla y entregarla a los sanitarios. José Musse lleva más de 30 años digiriendo aquella impresión feroz, que le ha causado no pocas pesadillas y llanto, cuando rememora la infernal escena.

ERES, el síndrome de los respondedores
Los respondedores de emergencias presentan síntomas clínicos como depresión, trastorno de estrés postraumático, ansiedad, trastornos del sueño y trastornos por abuso de sustancias. Son algunas ‘señas de identidad’ del ERES (Emergency Responder Exhaustion Syndrome – Síndrome de Agotamiento de los Trabajadores de Emergencias). “ERES puede incluir síntomas físicos, emocionales, espirituales, mentales o relacionales de cualquiera o todos estos diagnósticos” (Anderson et al., 1995).
Los respondedores de emergencia tienden a rechazar el diagnóstico formal. A menudo, son reacios a buscar y permanecer en tratamiento. En un estudio de soldados de combate estadounidenses en Iraq y Afganistán, se encontró reticencia al tratamiento por prejuicios sobre lo que pensarían conocidos y superiores. Las razones aludidas fueron: ser percibido como débil (65%), pensar que recibirían un trato diferente de sus superiores (63%), perder la confianza de sus compañeros (59%), percepción de que podía empeorar sus carreras (50%).
Por tanto, los respondedores menos afortunados pueden asistir a eventos que nadie debiera vivir y, a posteriori, cargar con una incómoda mochila de malas emociones, durante el resto de sus vidas. 

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